Borgen: realismo para todos

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De un tiempo a esta parte ha habido una especie de moda alrededor de las series sobre asuntos relacionados al ejercicio de la política. Boss, Homeland, en parte Game of Thrones, algo más atrás en el tiempo The West Wing, y la versión estadounidense de House of Cards, en todas se muestra un abordaje de “lo político” en una perspectiva realista en el sentido clásico pero también más limitado (actividad con reglas y moral propias o desprovista de ellas, en la que los principios se subsumen a los resultados y estos a la permanencia en posiciones de poder) que omite o dan por sentadas cuestiones sin respuesta para los que no están (estamos) pensando en cuestiones de este tipo la mayor parte del tiempo. Algunas de ellas: por qué las personas hacen política, qué pasa al tomar decisiones, cómo se separa lo afectivo y ético de la lógica de competir por el poder y administrarlo. No manejar la información elemental de ese realismo antes mencionado puede llevar a ver estas propuestas como algo ásperas o directamente carentes de interés, casi tanto como el desconocimiento de cómo funcionan ciertas instituciones, no sólo formales.

Lo anterior no es un problema para esta serie danesa, cuya primer temporada (sobre tres) es de 2010. Lo que la distingue de otras series similares es precisamente que las competencias necesarias para mirarla son mínimas. A lo sumo, conocer las instituciones básicas de un sistema parlamentario, sus atribuciones, y como se forman y remueven los gobiernos. Muy resumidamente, Borgen trata de la llegada de Birgitte Nyborg, líder de un partido centrista al cargo de Primer Ministro de Dinamarca dentro de una coalición con la centroizquierda y un partido ecologista, ayudada por un hecho de corruptela menor que involucra al líder conservador, hasta entonces al frente del gobierno. Desde entonces, los sucesivos capítulos irán mostrando en paralelo las complejidades de llevar adelante su agenda reformista tanto frente a la oposición como ante las resistencias de los miembros de su coalición y las dificultades del trato con los medios y la opinión pública por un lado, y la vida personal, cotidiana, privada, incluso íntima de Birgitte y algunos de los personajes principales de la serie (como Kasper, su spin doctor, la reportera de televisión Katrine, su compañero, amigo y mentor Bent, o Laugesen, rival de izquierdas y a su vez dueño de un diario sensacionalista), todos encarnados por actores de desempeño sólido y en ciertos casos sobresaliente.

En Borgen, cada episodio plantea un conflicto de gestión de gobierno que empieza y se resuelve en él, y los hilos de continuidad son la vida personal de los protagonistas y las relaciones entre los actores políticos, con énfasis en la fortaleza del gobierno de Birgitte a lo largo del tiempo. Fuera de ello, es una propuesta que hace equilibrio entre mostrar los diferentes conflictos y problemas a la hora de tomar decisiones y la vida extraprofesional de los protagonistas que ven cómo sus proyectos profesionales interfieren, se mezclan, afectan su cotidianidad y relaciones de pareja o amistad. Así, consigue interesar tanto a un espectador que busca una historia centrada en el ejercicio cotidiano del poder, al que busca una historia dramática y a aquel que siente curiosidad sobre cómo viven los hombres y mujeres de estado.

Pero hay algo que encuentro más importante. Las series antes mencionadas, aun siendo mayoría de ellas muy buenas en actuaciones, guión y trama, tienen en común una omisión que Borges no pasa por alto: la componente programática y cómo afecta a las personas. Otras series parecen quedarse en la respuesta a esta pregunta en el egoísmo, o el deseo de poder por el poder mismo. Pero Birgitte no: tiene un programa e ideas (muy resumidamente, un reformismo liberal pos-socialdemocracia en tiempos de creciente mediatización e integración europea) que constituye la base de su partido, también de la coalición de gobierno y la identidad de su proyecto. Ella confía en la viabilidad de su programa, busca implementarlo, a veces debe traicionarlo o postergar elementos importantes, pero está siempre presente. Y sus adversarios también. Ese es un acierto de la propuesta de Borgen: mostrar que la política efectivamente puede ser el arte de lo posible, pero quienes estan en situación de optar dentro de ese universo de posibilidades nunca están dispuestos a hacerse de cualquiera de ellas. Las ideas y principios, por más difusos y lábiles que puedan presentarse, son un elemento vital en ella, quizá el único de esa importancia. Los pragmáticos más reduccionistas podrán llegar a decir que es un insumo más en el mercado de dirigentes y electores. Pero aún concediendo esto, no se trata de uno que pueda pasarse por alto sin más, al menos sin pagar el costo de dejar de ser un actor relevante en el sistema y abandonar un espacio que pronto puede ocupar otro dispuesto a ver que no todo es lo mismo.

El nivel de la tercera temporada (alerta de spoiler) con Birgitte en el llano formando un nuevo partido y la desaparición de algunos personajes y cambios en el rol de otros, decae sensiblemente, tanto que el último capítulo no deja en claro de que sea el cierre de la serie que, efectivamente, es. Una lástima, pero que no alcanza para opacar los aciertos de las dos anteriores y hacer de Borgen una serie que puede mostrar a la política como una actividad con sus reglas y lógicas propias, con situaciones problemáticas simples pero verosímiles, y que puede ser atractiva tanto para quienes estan interesados en ella previamente como para el que siente curiosidad. Es desaconsejable para quienes presuman de especializarse en rosca, se jacten de que tomar decisiones que inciden sobre la (calidad de) vida de las personas no los afecta o se entretienen burlándose de aquellos a los que sí.

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